
Ya desde el siglo XVI se cultivaba el trigo en Venezuela. Específicamente en Mérida hacia 1883 ya habían 68 molinos de trigo ubicados en las tierras altas de Mucuchies y los pueblos del Sur; por ello no es nada raro encontrarnos con que la mayoría de los dulces andinos, constan generalmente con este ingrediente base. Encontramos diariamente en esas regiones; bizcochos, panes dulces, roscas, paledonias, señoritas, alfajores, polvorosas y galletas entre otros, que se venden día a día en las calles por ser considerada como una región turística. Fueron de los primeros dulces que se dieron a conocer en esos estados (Trujillo, Mérida y Táchira) ya que eran catalogados como una de los únicos lugares del país donde se cosechaba el trigo en el pasado.
La tradición de la elaboración de dulces en la zona Andina se remonta a la Colonia, asociada a la existencia de algunos conventos, cuyas monjas, como la de la orden de las clarisas, se dedicaban al atractivo arte de la repostería. En el siglo XVI, en la ciudad se producían bizcochos y galletas que se exportaban, junto con la harina de trigo, a Cartagena de Indias y a las Islas Antillas. En esa tradición, se inscriben, desde época muy temprana, los bocadillos de cajita, los dulces abrillantados hechos con leche, cubiertos con azúcar granizada brillante y bañados con color vegetal dándoles forma de fruta y los confites, cuya fama trascendía los limites estadales. Al ser cerrados los conventos y seminarios, en los tiempos de Guzmán Blanco, y ser expulsadas las monjitas, el arte del dulce pasó a las demás merideñas que continuaron tales quehaceres, aunque hoy, sin casi ayuda oficial, muchas de esas pequeñas industrias, tan asociadas al turismo, sobreviven apenas.
Entre otros dulces muy conocidos en la región encontramos el majarete, la melcocha, las conservas, templones, mandoca, higos, alfondoque, el curruchete, la caspiroleta y el melindre por nombrar solo algunos.
La tradición de la elaboración de dulces en la zona Andina se remonta a la Colonia, asociada a la existencia de algunos conventos, cuyas monjas, como la de la orden de las clarisas, se dedicaban al atractivo arte de la repostería. En el siglo XVI, en la ciudad se producían bizcochos y galletas que se exportaban, junto con la harina de trigo, a Cartagena de Indias y a las Islas Antillas. En esa tradición, se inscriben, desde época muy temprana, los bocadillos de cajita, los dulces abrillantados hechos con leche, cubiertos con azúcar granizada brillante y bañados con color vegetal dándoles forma de fruta y los confites, cuya fama trascendía los limites estadales. Al ser cerrados los conventos y seminarios, en los tiempos de Guzmán Blanco, y ser expulsadas las monjitas, el arte del dulce pasó a las demás merideñas que continuaron tales quehaceres, aunque hoy, sin casi ayuda oficial, muchas de esas pequeñas industrias, tan asociadas al turismo, sobreviven apenas.
Entre otros dulces muy conocidos en la región encontramos el majarete, la melcocha, las conservas, templones, mandoca, higos, alfondoque, el curruchete, la caspiroleta y el melindre por nombrar solo algunos.
